Desde los años 70, luego de la Conferencia Internacional sobre Atención Primaria de Salud de Alma Ata (el evento de política de salud más importante de la década), realizada en Kazajistán en 1978, la medicina incorporó el concepto de factor de riesgo. Es decir, la posibilidad de que, sobre una base personal genética, puedan sumarse hábitos o alteraciones de la salud que aumenten la probabilidad de sufrir enfermedades o lesiones aún más graves.
Es por eso que, en los últimos años, se hicieron mayores esfuerzos por conocer la influencia del aumento de la presión arterial, del hábito de fumar y de la presencia de diabetes y el estrés.
A partir de los 90, adquiere una notable importancia el concepto de sedentarismo. El Colegio Americano de Medicina del Deporte (ACSM), conjuntamente con la Asociación Americana del Corazón (AHA), describen en 1995 la notable incidencia de este mal hábito y destacan la importancia de realizar al menos 30 minutos diarios de actividad física. Ese concepto avanza hasta nuestros días constituyéndose hoy en uno de los principales factores de riesgo. Son numerosos los programas que actualmente intentan reducirlo.
Además, la medicina del siglo 21 incorpora, mediante la investigación científica, un concepto extremadamente valioso, que se encuentra ya en pleno desarrollo y expansión y disponible para ser empleado en la comunidad: el genoma humano. Se trata del mapa de los genes de un individuo. En el caso de los atletas, tiene una denominación particular: genoma del atleta.
Ese concepto, que hace unos años nos deslumbró en algunos congresos internacionales y nos parecía fantástico pero lejano, está hoy al alcance de la mano de todos los médicos. Para los especialistas que trabajamos en el área de la aptitud física para la salud y el deporte, ya que se cuenta con la disponibilidad sencilla y práctica de una cantidad de marcadores genéticos.
Al menos cien de ellos permiten detectar, tanto en niños como en adultos, la predisposición y las potenciales. Por ejemplo, identificar quiénes tienen características genéticas para desarrollar aquellas actividades y deportes vinculados con la potencia.
Otros con la resistencia o con la fuerza, podríamos así hacer una larga enumeración. Del mismo modo, para aquellos que practiquen actividades deportivas existen marcadores de predisposición a la fragilidad que puede tener un individuo para ciertas lesiones.
Podemos terminar señalando, también, aquellos índices que orientan hacia las características vinculadas con la alimentación y la repercusión que pueden tener en el exceso de peso, o en la sensibilidad a la insulina que se relaciona con el valor de azúcar en la sangre, entre otros.
En el siglo 21 estamos en condiciones de conocer mejor la potencialidad y la predisposición genética, para sumarle sugerencias basadas en evidencias de características personalizadas en alimentación o entrenamiento. Este puede tener un correlato en la elección de la actividad física o deporte.
(*) Jorge Franchella, es médico Deportólogo y Cardiólogo (MN 44 396) Director del Curso de Especialista de Posgrado de Médicina del Deporte de UBA. Director del Programa de Actividad Física y Deportes del Hospital de Clinicas UBA.