CIUDAD DE MÉXICO.
Aunque muy poca gente lo sabe, para nosotros escribir sobre un BMW es como hablar de nuestro primer amor, un amor intenso, lleno de pasión e inocencia, de esos que se sienten con todas tus fuerzas y que logran que el tiempo se detenga cuando estás con ellos, y es que en la primera portada de este suplemento, hace ya casi quince años, apareció un flamante Z4 convertible rojo volando sobre el asfalto del Autódromo Hermanos Rodríguez.
Entre los épicos capítulos que vivimos a lo largo de nuestro tórrido romance aún tenemos tatuada en la piel una prueba de manejo que hicimos con la primera X6 M de la historia, en la pista de Road Atlanta allá por 2008. Fue impresionante darnos cuenta cómo una camioneta de tales dimensiones era capaz de romper todas las leyes de la física.
Sin embargo, y sin tener muy claro por qué, un día, así, sin más, nos divorciamos y la guerra fría comenzó.
Pero como dicen que donde hubo fuego… un par de coqueteos nos convencieron de volver a salir con una BMW. Al tener enfrente la más reciente generación de la X6, a la que ahora acompaña la nomenclatura M50i, tratamos de ser fríos e indiferentes, racionales y muy críticos.
La obligada revisión ocular delató líneas mucho más seductoras que las de sus predecesoras, el fascinante trabajo aerodinámico refleja un funcionamiento excepcional. Su marcada figura seduce al viento, al grado que cuando ella corre él la acaricia, la envuelve y se pone a sus pies, para mantenerla pegada al piso y refrigerar sistemas que suelen calentarse cuando la SUV demanda el máximo desempeño de motor y frenos.
Las enormes entradas de aire frontales y la colosal parrilla no sólo sirven para que se vea imponente, también son sistemas que manifiestan el genio de los diseñadores de BMW. Poco a poco comenzábamos a bajar la guardia y juro que intentamos resistirnos tanto como pudimos. Sin embargo, cuando abrimos la puerta y volvimos a sentir ese abrazo, esa sensación única del arrumaco que los asientos de esta marca te brindan cuando dejas que tu cuerpo repose sobre la piel, perfectamente confeccionada, que te mantiene sujeto para que sin importar qué tan rápido vayas no pierdas la compostura, no pudimos más.
Cerramos los ojos y mientras sujetamos el volante con las manos, para ver si algo había cambiado, aspiramos profundo. El perfume de esta marca, uno único e inconfundible, terminó por hacer el trabajo.
Con la piel erizada y los sentidos embriagados arrancamos el motor y buscamos el lugar perfecto para volver a sentir que éramos capaces de ser uno con esta máquina, para entenderla y con las manos y los pies hacerle entender qué queríamos de ella.
El ronroneo de su V8 biturbo de 4.4 litros, uno de los
bloques más exquisitos de la industria automotriz, nos hizo saber que todo iba viento en popa, pues la sensación que nos transmite el pedal del acelerador y el cuentarrevoluciones (que se proyecta en el parabrisas) nos hace saber que no estamos ni a la mitad de las capacidades de los 530 caballos de fuerza que es posible extraer del acelerador, ¡uf!, nos hace falta camino para ir más rápido, pensamos.
Le pedimos al corazón que no latiera tan fuerte, le exigimos al cerebro que funcionara más rápido y obligamos a nuestros sentidos a estar a la altura de la situación, y a no comportarse como un chamaco enamorado.
A nuestra mente la atacaban cientos de datos, los que conectamos con los dedos para obligar a la caja de velocidades a sacar lo mejor de los rapidísimos ocho cambios de la transmisión de doble embrague, que es capaz de encauzar el raudal de 553 libras-pie con los que esta bestia empuja.
Cuando acelerábamos de más y nos sorprendía una curva mal acomodados, la tracción integral inteligente salió a hacer lo suyo, poniendo en acción a las enormes Pirelli PZero, calzadas en rines de 21 pulgadas, que nunca dejaron que perdiéramos contacto con el asfalto, alcanzando velocidades impensables para 2,310 kilogramos contenidos en 4.93 metros de largo.
En nuestros sueños imaginábamos que estábamos en una Autobahn (autopista sin límite de velocidad alemana), pero en la realidad esperábamos que al salir de cada curva nos pudiéramos encontrar con un Federal de Caminos, uno que nos pudiera recordar que la latitud en la que estábamos haciendo nuestra prueba de manejo, los 250 km/h a los que la firma alemana limitó la velocidad máxima de esta camioneta estaban totalmente fuera de la ley.
Sin embargo, sus capacidades te hacen perder con mucha facilidad las referencias de la velocidad, pues en menos de 4.3 segundos es posible ir por encima de los 100km/h sin que el motor tenga que hacer un gran esfuerzo y, aunque estés cerca de los 200 km/h, la cantidad de asistencias electrónicas en conjunto con una suspensión privilegiada te hacen sentir que apenas vas trotando. ¡Por Dios! imagínense cómo debe moverse la X6 M Competition.
No hubo tiempo para poner a prueba todos los gadgets que nos acompañaban, que son muchos, sin embargo, estamos conscientes de que viajamos en el último grito de la moda en esa categoría, junto a un sistema de audio Harman Kardon que, aunque muy sofisticado, no nos parecía tan atractivo como el rugido que emanaba del sistema de escape M Sport, que se intensifica al llevar la puesta a punto al conducir en modo Sport o Sport +.
Hoy todo mundo quiere tener una SUV Coupé y hasta Porsche ha cortado la caída del techo de su Cayenne, sin embargo, la evolución de la X6, la primera de esta especie que ya va en su tercera generación, es evidente, de ahí que ya está tan adelantada.
Dicen que de los arrepentidos es el reino de los cielos, y aunque públicamente estamos divorciados, esta X6 M50i nos hizo recordar por qué amamos tanto a BMW
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